Ni Michelle Obama lo hubiera hecho mejor.

Proceso vecinal Parque Miraflores

Los datos son concluyentes: desde hoy al año 2050, el mundo deberá doblar su producción agrícola. Al mismo tiempo, solamente un 30% de la superficie de las ciudades se emplea en usos netamente urbanos: el 70% restante se pierde en espacios muertos entre infraestructuras, solares vacíos o presencias naturales indomesticadas. Todo apunta a que si el siglo XX fue el que pensó la manera de integrar la ciudad en el campo, dando lugar a los mitos de la ciudad jardín y el suburbio, el siglo XXI será el encargado de hacer sitio al campo dentro de la ciudad a través de la agricultura urbana.

Los años 70 marcaron tendencias en la ciudad y en el campo que abrieron la posibilidad de este encuentro: por el lado urbano, la ascendencia de los procesos participativos y la atención a la dimensión social en el urbanismo europeo occidental respondieron a un contexto de cambio de paradigmas sociales, en el que se encuentra el hito fundamental de la desaparición de la anomalía histórica de las dos últimas dictaduras en España y Portugal.

Al mismo tiempo que el escenario ciudadano asistía a un enriquecimiento social, las dinámicas marcadas por la Política Agraria Común de la Comunidad Económica Europea conducían hacia lo contrario en el campo: la concentración de la propiedad, la mecanización, la introducción de pesticidas y cultivos genéticamente modificados. Las consecuencias de esta situación no se hicieron esperar, y a finales de los años 70 el sociólogo francés Henri Medras ya se atrevió a formular la desaparición del modo de vida campesino en La Fin des paysans.

Se dibujaban caminos divergentes que sin embargo se encuentran en la periferia de la ciudad. Es por ello que iniciativas como la de Miraflores revisten un especial interés por su carácter pionero: en los años 80, un grupo de vecinos comienza a reclamar la construcción de un parque de 92 hectáreas que contemplaba el PGOU de 1963. El contexto social tenía un antecedente combativo: no en vano, Miraflores ya había recibido el nombre del “barrio de la patada”, en una experiencia de reclamación del derecho a la vivienda que había situado a la acción vecinal como única vía de intervención ante unas administraciones inoperantes y divididas en repartos de competencias.

Desde el inicio, las demandas vecinales de Miraflores en torno al parque se centraron en la dimensión educativa y la incorporación de una visión patrimonial en el desarrollo del planeamiento urbano, con el propósito último de la regeneración social. De tal forma, la reivindicación se complejizó, hasta dar lugar a la ocupación de espacios como huertos urbanos por parte de los vecinos, y posteriormente, proceder a la organización de escuelas taller, escuelas para adultos y huertos escolares.

En la actualidad, el proceso ha alcanzado un estado de consolidación y la asociación pro-parque tiene la intención de que la administración pública asuma la gestión de las huertas vecinales, que sigue estando en manos de la propia asociación. Esta cuestión plantea un nuevo reto hacia el mantenimiento del carácter participativo, que ya entró en conflicto con el diseño de la ampliación del Parque de Miraflores, tristemente demediado por la falta de acuerdo entre profesionales y vecinos, y la pobreza de la ejecución.

Los desafíos son, sin embargo, muestra de la vitalidad de Miraflores, que a través del respaldo recibido por la UNESCO al integrarlo en su catálogo de buenas prácticas ciudadanas, se ha situado en una posición de plena visibilidad global. Iniciativas hermanas no le faltan: The Greening of Detroit, London Orchard Project, Granjas Urbanas de La Habana, Vertical Garden Cities en Tokyo…el hecho de que la propia Michelle Obama presentara su propio jardín orgánico en la Casa Blanca en 2009 dentro del plan The People´s Garden del gobierno de los Estados Unidos tal vez sea un indicio de que la agricultura urbana va en serio. Pero a buen seguro, y a vista de lo conseguido en Miraflores, ni Michelle Obama lo hubiera hecho mejor.