Cómo vivir juntos

Pasaje Mallol y Castellar

La definición de la creatividad urbana destaca la capacidad de conseguir la máxima intensidad transformadora a través de la inversión mínima de recursos. Pensemos en la sinergia, o la acción de dos o más causas cuyo efecto es superior a la suma de los efectos individuales, y tendremos la razón por la cual la organización cooperativa del trabajo es una de las herramientas creativas de tradición más larga y más prometedor futuro en la ciudad contemporánea.
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Ya Roland Barthes indagó sobre el cómo vivir juntos en los seminarios que impartió en el College de France durante 1976 y 1977, empleando la fórmula ideal, media, utópica, edénica, de la idiorritmia como “puesta en común de las distancias”. Esta búsqueda de acuerdos basada en la autonomía personal y en los intereses compartidos encierra el germen mismo de lo urbano, y en sus manifestaciones físicas no habremos sino de encontrar miniaturas del funcionamiento de la trama compleja de la ciudad.

Esto se hace evidente de manera especial cuando la idiorritmia requiere de la inmediatez física y busca concretarse en un lugar, que necesariamente habrá de ser tan generoso en su espacio, accesos y cualidades, como perfectamente intercambiable por otros emplazamientos análogos. Es entonces cuando se produce la segunda operación sinérgica, esta vez con la ciudad, que ofrece en sus espacios industriales abandonados el marco óptimo para el encuentro, y se hace uso de la escala gigante de lo construido, contribuyendo a la reversión del fenómeno cruel de la obsolescencia productiva y urbana.

Establecimientos industriales de la zona Norte del centro histórico de Sevilla como los corrales de artesanos de la calle Castellar, y las naves de Pasaje Mallol han recuperado para ciudadanos y colectivos formas de aprovechamiento cultural, de producción tradicional y trabajo colaborativo. Si bien los corrales de la calle Castellar muestran una deriva incierta en los últimos tiempos por las tentaciones especulativas de la industria del ocio, la recuperación de la nave de Pasaje Mallol por parte del colectivo Tramallol evidencia el potencial del cambio de actitud hacia lo común de la cultura del trabajo en la ciudad contemporánea.

El cambio del sector productivo acontecido en la ciudad en los últimos treinta años ha ofrecido la clave para la generación de un proyecto colectivo como Tramallol, que se instala en el barrio de San Julián huyendo de la ola de privatizaciones y especulación que inundó la zona de la Alameda de Hércules, ejemplo del reciente fenómeno del aburguesamiento de los centros históricos europeos. La condición efímera de la ocupación del espacio es una de las claves para entender su localización actual, posible gracias a la alivio del apetito inmobiliario aparejado a la crisis económica, aunque siga siempre pendiendo la amenaza de su desaparición.

Pero es precisamente el aprovechamiento de la condición de contenedor la que permite un grado máximo de libertad, tanto de asociaciones físicas como de programación de actividades, que se concilian con el desarrollo del trabajo individual o compartido. La creatividad de Tramallol se revela en el diseño de su gestión: un aprovechamiento máximo de los recursos espaciales, tecnológicos y económicos coherente con paradigmas contemporáneos como la ciudad frugal, vehículo hacia la consecución de la máxima intensidad: evidencia del cuidado que se produce en cualquier acto patrimonial y que es producto exclusivo de la máxima atención.